'Tragépica' de lo irrepetible
- Alberto Fuentes López
- Jul 1, 2021
- 3 min read
Updated: Jul 3, 2021
El error es una cosa que va perdiendo fuerza y tamaño con el tiempo. En cambio, con los buenos momentos pasa justo lo contrario: los alimentamos con BigMacs y Whoppers.

*Unai Simón, segundos después de su error garrafal y minutos antes de convertir su condena en "el mejor partido de su carrera" / The Athletic
En uno de los mejores partidos que jugué en mi vida (victoria por 6-5 contra los líderes) lo empecé metiendo dos goles en propia puerta. Lo terminé marcando de tacón el 6-5. A Roberto Baggio, uno de los mayores talentos de la historia del fútbol italiano, la gente lo recuerda más por fallar el último penalti en la final del mundial '94 que por el Balón de Oro que ganó unos meses antes. Unai Simón, portero de la Selección, nos mostró el error de su vida y las dos mejores paradas de su carrera en una tarde de lunes inolvidable. La tragedia y la épica, aparentemente agua y aceite, pueden convivir en una misma habitación, juntas y revueltas, llevándose la contraria. Al igual que existe la tragicomedia, existe la tragépica.
Dicen que cada flecha que da en la diana es el resultado de 100 flechas erradas. No nos explicaron un detalle: todo el mundo no dispone de 100 intentos. Nos enseñan cómo hacer las cosas bien y no cómo hacerlas mal. La psicóloga Mónica González, del podcast Entiende tu mente, lanzaba una reflexión: "Aplaudamos al fallo en vez de fustigarnos. El fallo nos da la oportunidad de conocernos y autorregularnos. El fallo es una oportunidad para progresar". La defensa del error como entrenamiento, lo compro. Siempre y cuando -y de esto muchas personas se olvidan- no se incurra en hacerle daño deliberadamente al que te aprecia.
Lo mejor que tienen los momentos irrepetibles es precisamente eso, que no pueden repetirse. Ojalá tomen nota los hacedores del chorizo, los creadores del alioli y los políticos en campaña.
El error, excepto casos excepcionalmente gigantes como el penalti de Baggio ("Sigo llevando ese dolor dentro de mí"), es una cosa que va perdiendo fuerza y tamaño con el tiempo. Te parecen un universo en el momento. Luego, un mundo. Con el paso de los años, un aprendizaje. Es siempre el mismo proceso. Algo así como Benjamin Button en la película de David Fincher, un ser que nace siendo mayor en un cuerpo de niño y va decreciendo con el movimiento de las agujas del reloj.
Resulta fascinante pensar que con los buenos momentos, en cambio, pasa justo lo contrario. Se agigantan con el paso de los años. Alimentamos nuestros recuerdos con BigMacs y Whoppers. "En nuestra vida no sabíamos que estábamos viviendo las mejores tardes de nuestra vida. Y ahora que lo hemos descubierto, ya solo nos queda la gimnasia triste de la memoria", escribió Antonio Agredano en una de sus columnas. Es una especie de gimnasio inverso: ejercitamos nuestra memoria para acabar engordando nuestros recuerdos.
Idealizamos todo porque en otra vida fuimos novelistas o guionistas de Stranger Things. Películas vemos y peliculones nos montamos. Aquel primer beso no fue para tanto, sí lo es ahora. Vamos con retardo, siempre con retardo, como los partidos de baloncesto por Internet, las citas en el médico o los pagos por Bizum a gente de confianza. La confianza da asco.
Ojalá poder volver a los sitios donde uno fue feliz. Un plan que viene con el peligro de que el lugar no sea como antes. Las casas que se abandonan nunca se encuentran en buen estado cuando regresas a ellas. Volver al parque acuático con 45 años. Comerse un Bollycao a los 25. Irse de botellón con 53. Vestir camisetas tie-dye con 39. Posible y legítimo, molón seguro que sí, pero no. No es lo mismo. Lo mejor que tienen los momentos irrepetibles es precisamente eso, que no pueden repetirse. Ojalá tomen nota los hacedores del chorizo, los creadores del alioli y los políticos en campaña.
No es sobrevalorar a título póstumo. Es valorar, a secas. Pero magnificando. Porque sabemos que no volverán a repetirse los buenos, pero sí podemos caer en los mismos errores. Qué desventaja. Lo bueno, una vez igual de bueno. Lo malo, cuidao': malas tentaciones y un porrón de piedras en el camino como para montar un digno puestecillo en un paseo marítimo. Es un topicazo pero y qué, se gana o se aprende. Pero no se olvida. Unai Simón hizo un máster en tragépica en unos octavos de Eurocopa, Baggio ahora es budista y vive en el campo, preocupándose como mucho por podar bien sus árboles y apagando la televisión, traumatizado me lo imagino, cuando hay una tanda de penaltis.
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