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El fútbol es esa maldita ensalada César

  • Writer: Alberto Fuentes López
    Alberto Fuentes López
  • Feb 10, 2020
  • 3 min read

Seré una rara avis, pero a mi este fútbol ya no me entretiene tanto


Hay tres tipos de personas en el heterogéneo mundo del aficionado al fútbol. Están las que lo ven en el sofá de casa a golpe de mando y autoservicio, los que bajan al bar y los que tiran de Internet. Los que van al campo no los cuento, esos juegan otra liga. No voy a decir a qué grupo pertenezco, pero mis fondos no me permiten tener Movistar+ y los bares me dan pereza. Bueno, pereza tener que ir y adentrarme en la jungla de los eruditos del balón. Los entrenadores calidad Aliexpress que ya quisiera Guardiola -pensarán ellos- tener en su cuerpo técnico. Amigo, amiga, si has visto fútbol en el bar conoces a esta especie invasora. Llamémosle ‘Ojeador de Bar’ (ODB).


Hace tiempo fui a uno con intenciones de ver a mi equipo, el Málaga CF, que lucha por no desaparecer mientras sobrevive a golpes inimaginables. Patrullé el barrio y nada, que no lo ponían porque jugaba el Madrid. Así que, durante la primera parte, me quedé en ese Celta-Real Madrid y volví a rodearme de ODB. No paraban de hablar en voz alta, como dando instrucciones y exigiendo cambios. Dedicatorias como «no es malo ni ná», «¿qué coño pitas, árbitro?» o, mi favorita, «cobrando yo lo que cobra esta gente, me como el césped», sobrevolaban la barra entre cañas y platos de frutos secos.


¿No os pasa que de tanto consumir algo lo aborrecéis? Me ha pasado con las ensaladas César de Mercadona, el zumo de piña y uva y los partidos de Liga.

Lo mejor de los Ojeadores de Bar en su nula capacidad de acierto. Recuerdo a uno que puso a parir a Cristiano Ronaldo y este respondió minutos después con un doblete. «Mucha gomina y luego no haces ná, maricón», fue lo más suave. Todavía me pregunto si al portugués le chivatearon aquellas críticas en el descanso.


Muchas personas creemos saber de todo en este gremio cuando, en realidad, de fútbol no sabe nadie. Qué paradoja. Ni el inoportuno del bar de la esquina ni el periodista que mancha tus dedos de tinta cada mañana; o al que le regalas una visita si lees desde el móvil, querido millenial. ¿Qué es saber de fútbol? Ni siquiera Maldini, enfermo crónico de ‘futbolitis’, tiene la verdad absoluta. Tampoco la respuesta a esa pregunta.


Decía Antoni Daimiel en una entrevista que en los últimos años «se ha ido imponiendo el periodismo de las discusiones de bar». Las tertulias de taberna han trascendido a las pantallas y las ondas. Se congregan ahí un puñado de tertulianos que debaten de todo lo que ha dado de sí la jornada, exprimiendo los temas hasta el infinito. Eso que llaman el postpartido. Luego viene el pos del pospartido, la tertulia de la tertulia, el mismísimo metadebate. Y cuando alargan y alargan para rellenar tiempo de emisión vienen los monotemas: que si el VAR y su incompetencia, que si el Barça busca delantero, que si Hazard y los kilos de más. Poco análisis y mucha parafernalia.


¿No os pasa que de tanto consumir algo lo aborrecéis? Me ha pasado con las ensaladas César de Mercadona, el zumo de piña y uva y los partidos de Liga. Hay sobreexplotación de fútbol, que está en todas partes y a todas horas y en todos los dispositivos y cuando quieras, incluso. Lo avisó Guardiola: «Los futbolistas tienen que respirar y descansar. Van a matar a nuestros jugadores».


Lo sabe bien el coreano Heung-Min Son, que jugó 78 partidos el año pasado entre club y selección. Un partido cada cuatro días y medio. Este agotamiento, inevitablemente, también se propaga entre los aficionados. Los actores no paran de jugar y a nosotros, los espectadores, nos ahogan de contenido.


Seré una rara avis, pero a mi este fútbol ya no me entretiene tanto. Son tantos a la semana que al final no me decido a poner ninguno y termino viendo Breaking Bad, que sé que voy tarde, pero nunca es tarde si la dicha es buena. La serie, en este caso. Se me ha antojado meter algo de refranero español en este puñado de letras, aunque espero no hacerlo demasiado. Vaya a aborrecerlo, como a los ojeadores de cerveza en mano y esas malditas ensaladas que no son para tanto.

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