A solas con Berlín
- Alberto Fuentes López
- May 13, 2021
- 4 min read
Hay algo que existe y no debería. Se llama soledad no deseada y creo que tengo un mecanismo de defensa para no tenerle miedo. Consiste, simplemente, en haberle cogido el gusto a estar solo.

‒ Me pregunto por qué me tocó esto. Pero al no tener respuesta, me queda aceptar lo que soy.
‒ ¿Y qué sos?
La pregunta con acento argentino es de Leila Guerriero. Periodista que escribe y pregunta “como si boxeara”. En su crónica ‘El gigante que quiso ser grande’, publicada en 2007, pasó unos días con un hombre de dos metros y treinta y un centímetros, Jorge González, que fue jugador de la NBA, estrella de la lucha libre, participante en la serie Los vigilantes de la playa, mediático, vividor, mujeriego. Un tipo de 2’31 metros que pasó de pobre a rico utilizando su estatura -de la que tenía complejo- y que, a la pregunta de Leila, respondió a quemarropa:
‒ Un hombre solo.
Impacta. Para definirse utilizó el adjetivo solo. Un tipo que había ganado millones de dólares y había conocido lujos inimaginables en su infancia. Pero que, una vez salió de aquella burbuja con malas gestiones económicas y gente tóxica alrededor, volvió a la vida de ruina y miseria. Y conoció de golpe la soledad.
Hay algo que existe y no debería. Se llama soledad no deseada y creo que tengo un mecanismo de defensa para no tenerle miedo. Para no pensar que puede llegar, sobre todo, al final de nuestras vidas. Consiste, simplemente, en haberle cogido el gusto a estar solo. Suena algo masoquista, pero no deja de ser algo sano. Porque así lo elijo a veces. Un paseo por la orilla, solo, el ajetreo de las compras de Navidad, solo. Comer algo sin la compañía de alguien: alguna que otra vez ha pasado. Vi la final del Mundial solo. Con doce años. En mi sofá. El mismísimo gol de Iniesta. Ahí descubrí que sin gente también se puede ser feliz.
Conocí una ciudad con calles vacías antes de que hubiera una pandemia. Qué raro pensarlo. En 2019 paseamos por Berlín un puñado de universitarios como zombis deambulando, buscando vida humana entre las esquinas. Se nos ocurrió, sin planearlo por supuesto, salir a investigar de madrugada (1:00 o 1:30). Tercios de cerveza en mano. Qué imagen. ¡¿Berlín, capital de Alemania, entera para nosotros?! Ahí me di cuenta de que los alemanes se encierran y se acuestan bien temprano. O a los españoles nos va el movimiento #DormirEsDeCobardes. Aquello fue para revivirlo. La belleza de un ciudad en pausa, todo cerrado, silencio sepulcral, libres y boquiabiertos nosotros, casi escuchando el eco de nuestras propias risas. Momento impagable. Solo nos cruzamos con tres policías y nos miraron muy raro, como si acabáramos de aterrizar en nave espacial en la Puerta de Brandenburgo.
Llegó 2020, Estado de Alarma, confinamiento y claro, Málaga vacía no gustó tanto. También es verdad que asomados desde el balcón o yendo a comprar con guantes y mascarilla pierde mucha de su belleza. Detalles que hay que tener muy en cuenta.
Dejémonos de filosofías Mr. Wonderful y reconozcámoslo: en la vida, cuanto más podamos elegir, mejor. Lo paradójico es que hay un altísimo porcentaje de cosas a nuestro alrededor que no dependen de nosotros.
Parece esto una defensa de la soledad, pero para qué engañar, para un ratito está bien. Solo un ratito. Cuando se prolonga es una circunstancia que preocupa. La soledad existencial es para los filósofos. La emocional es la que surge cuando necesitas un cariño que no tienes, cuando sufres una pérdida, cuando los de alrededor tienen pareja estable y tú no. Por último, la soledad social: cuando el grupo de amigos de siempre se divide, hay distanciamiento y uno empieza a sentirse vacío. Ninguna de estas soledades se escoge a dedo. A ninguna, dicen los psicólogos, hay que tenerle miedo.
Qué fácil es decir "no tengas miedo". Consejo vacío, de cuñado, de conocido pasota. Tengo miedo a la soledad no deseada y por eso practico la deseada. Supongo que es un entrenamiento a largo plazo. Aspiramos a no ser como ese gigante de dos metros treinta y uno que empequeñecido en una silla de ruedas acabó, aquel gran hombre que no cabía por la puerta, y que falleció a los 44 años. Preso de su gigantismo y una diabetes que lo llevó a malvivir en el ocaso de sus días.
Dejémonos de filosofías Mr. Wonderful y reconozcámoslo: en la vida, cuanto más podamos elegir, mejor. Lo paradójico es que hay un altísimo porcentaje de cosas a nuestro alrededor que no dependen de nosotros, que no podemos controlar. Y tenemos que apechugar. El puñetazo directo a la mandíbula que ni ves ni esperas, pero con el tiempo aceptas. Estamos fabricados para ser sociales, para el cara a cara más que para las videollamadas.
Elegir todo lo que se pueda y vetar todo lo que sea posible. Escojo la compañía eterna. A solas con Berlín siempre que se pueda, a solas con Málaga en cuarentena, nunca más.
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