Voy a morí joven, vamos a darnos prisa
- Alberto Fuentes López
- 30 jul
- 3 Min. de lectura
Divertirse en el durante y pensar en el después, aunque el después muchas veces nunca llegue o, cuando llegue, tampoco sea para tanto

De pequeño cazaba coquinas con mi padre. Las metíamos en un cubo y, mientras él conducía de vuelta a casa, yo me relamía pensando en la cena que nos habíamos buscado con ayuda de las sacudidas de las olas, el poder de un rastrillo y una poquita de picardía. En mi cabeza sonaba espectacular: arqueólogo del mar y comensal de gusto fino. Pero luego, ese botín de kilos y kilos en un cubo casi nunca se cocinaba y siempre acababa en la basura.
No entendía ni tampoco recuerdo por qué no terminábamos el proceso con la mejor parte, comérselas. Hoy te cobran diecimuchos euros la ración en cualquier chiringuito. Si nos hubiera dado por venderlas tendría ahora para la entrada de un piso en Plaza de la Merced. Por entonces, desconocía que la recolección de coquinas es ilegal si no tienes licencia de marisqueo profesional. Se multa con hasta mil euros. Tampoco recomiendan comerlas sin pasar antes una inspección de sanidad porque contienen unas toxinas que pueden provocar problemas gastrointestinales. Parece que no éramos tan torpes.
A efectos también prácticos, lo mejor no era comerlas, lo mejor era rebuscar en la orilla y encontrarlas. Divertirse en el durante y pensar en el después, aunque el después muchas veces nunca llegue o, cuando llegue, tampoco sea para tanto. Qué es soñar si no. Tratar de disfrutar cada rendija del recorrido hacia donde sea que vayamos. En la caza de coquinas o en el camino de Santiago o estudiando una carrera o conociendo al presunto amor de tu vida.
La vida no es solo una caja de bombones, querido Forrest Gump, es también un cubo de esos pequeños moluscos que tanto nos llenaba no ya comerlos, sino encontrarlos. Es la diversión durante el proceso. Enjoy the process.
No hay nada más triste que un recuerdo feliz. Qué felicidad haberlos vivido y cuánta tristeza ser conscientes de que son irrepetibles. Recordarlos es el premio de consolación. Temo perder las dos cosas más valiosas: tiempo y memoria.
Uno se muere con la infancia a cuestas, sin curarse de ella, dejó por escrito Rafael Chirbes. Mis padres nunca grabaron nada de mi infancia. Solo queda la literatura de los recuerdos y el tiempo congelado de las fotografías. El otro día (hace un año o hace tres), me encontré a la madre de un antiguo mejor amigo del colegio y me dijo que me pasaría un vídeo donde salía jugando con su hijo en tiempos prehistóricos.
Me llegó. Sentí vértigo antes de darle a reproducir. Salió de ese niño de unos siete años una voz aguda, inocente y hasta graciosa, como la galletita de jengibre de Shrek, y forzando las esssesss, ni que fuera de Valladolid, copiador de acentos por pura adaptación al medio. Estaba moviendo la ficha del Monopoly, mi colega me preguntaba si le compraba su propiedad y yo le decía: "No quiero gastar mi dinero, que soy rico". Directa al recopilatorio de frases célebres de niños que tan famosas se hacían en El Hormiguero.
Me invadió una vergüenza súbita y una fascinación casi mágica por ver una porción de mi pasado a través de la pantalla del móvil. Estaba ante una escena de lo que sería mi biopic, la película de mi vida. Para los que acostumbran a verse en vídeo cuando eran pequeños será algo normal. Para mí, un capítulo de Black Mirror.
Ese niño, de voz grave ahora, nunca murió. Hay una frase del cantante Dellafuente que grita voy a morí joven, así que vamo' a darno' prisa, y en esa advertencia me paro y si me dan una orden que sea esa.
No hay nada más triste que un recuerdo feliz. Qué felicidad haberlos vivido y cuánta tristeza ser conscientes de que son irrepetibles. Recordarlos es el premio de consolación. Temo perder las dos cosas más valiosas, tiempo y memoria. Esto de Pablo Bujalance y amén: «Hacemos lo mismo, todo el tiempo, con el lenguaje y con los recuerdos, por ejemplo: no los preservamos, sino que los rehacemos como si nos fuera la vida en ello (de hecho, nos va la vida en ello)».
Estamos hechos de recuerdos y conviene grabarlos a fuego, aunque no haya cámara y la memoria los distorsione con el paso de los años porque un escultor no moldea nunca la misma figura ni una abuela cuenta siempre la misma, la mismita historia. José Luis Sastre escribió que tener memoria y tener recuerdos es tener identidad, pero no te dejes engañar por la nostalgia. Hay que domarla. Y siempre un divertir(se) tatuado. Que se acuerden y que lo pongan en el epitafio: se divirtió muchísimo. Como cuando era rico de mentira en el Monopoly o cazador-recolector de coquinas.
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