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Ciao al bozal

  • Writer: Alberto Fuentes López
    Alberto Fuentes López
  • Jun 24, 2021
  • 3 min read

Updated: Aug 21, 2021

Nunca olvidaremos los selfis sonriendo con mascarilla, un acto reflejo que lo único que refleja es lo inútiles que somos de vez en cuando


*fotografía de Eloy Alonso / EFE


Hace unos meses me saludó alguien por la calle y todavía no sé quién fue. Llevaba gorra y mascarilla, el pack para ser invisible que nos trajo el 2020. No sería alguien importante cuando ni la voz me sonó familiar, pero esa duda la llevaré hasta el fin de mis días. Para fin el de la mascarilla. Final a medias, porque se llevará puesta en interiores y aglomeraciones en el exterior. A muchos expertos no les convence demasiado la medida tomada por el Gobierno, porque no se fían de los típicos. Es una subespecie humana a la que llamo así: Los Típicos.


Dícese de la gente profesional en entender lo que les conviene y no lo que deberían, con una capacidad innata, por ejemplo, de leer la frase "fin a las mascarillas en el exterior" y suprimir las tres últimas palabras. Los mismos que te decían "dame una patata" y cogían un puñado. Todos conocemos a alguien, todos quizá lo habremos sido en ciertos momentos. En todo caso, este (semi)adiós a los bozales es para celebrarlo. La vida detrás de un muro de tela y filtro, después de año y medio siendo anónimos, ha sido un suplicio. Así que ya podemos descubrirnos al aire libre. A los famosos no les gusta esto. "A los feos y las feas tampoco", diría el cuñado tuitero de turno.


Repasemos nuestro recorrido junto a los cubrebocas -qué palabra, cubrebocas, no puede existir peor sinónimo-; a nuestros nietos les contaremos que una vez nos obligaron a enmascararnos, imitando a los asiáticos, de los que nos reíamos tildando de locos exagerados. Ha sido una relación de amor-odio con ellas. Nos han dado y nos han quitado. Nos han protegido y nos han jodido. Aterrizaron siendo pocas, las justas, tanto que hasta se traficaba con ellas. En su día hubo mafiosos de mascarillas ilegales, de esas sin homologar. Porque hasta hicieron, cómo no, negocio con ellas. En la desescalada ya se veían puestos ambulantes exclusivamente de mascarillas de tela reutilizables y lavables mil quinientas veces, con todo tipo de estampados y formas y colores. Horrendas casi todas, por cierto.


Besos inconscientes con ellas puestas, generadoras de humedad y sudor en verano, gafas empañadas, orejas de soplillo. ¿Qué bueno pudo traer el bozal, más allá de ser un seguro de vida anticontagio? Mucho más de lo que hubiéramos pensado.

No sé si es peor su rápida mercantilización o que recomendaran que las cambiáramos cada 24 horas. Será por lo baratas que costaban. Que si bajan, que si suben el IVA, que si para tomar el sol no, pero para pasear por la orilla sí, obligatoriamente. Mareándonos los políticos con sus decisiones, a veces respaldadas por los expertos y otras veces sospechosas de haber sido tomadas un domingo de resaca. O un sábado de fiesta. ¿La coherencia? ¿eso qué es? ¿se come?


Libros sobre el coronavirus con mascarillas en las portadas, mascarillas en el suelo, en el mar, en un bosque, en la sopa. Besos inconscientes con ellas puestas, generadoras de humedad y sudor en verano, gafas empañadas, orejas de soplillo. ¿Qué bueno pudo traer el bozal, más allá de ser un seguro de vida anticontagio?


Mucho más de lo que hubiéramos pensado. Nunca olvidaremos los selfis sonriendo con mascarilla, un acto reflejo que lo único que refleja es lo inútiles que somos de vez en cuando. Tampoco borraremos de nuestra memoria la magia de la mascarilla, que hace a toda persona un ser atractivo, potencial portada de revista de moda. "La magia está en los ojos", dijo alguien alguna vez, sin saber que por la boca muere y vive el pez. Y nosotros. Tampoco la capacidad que ese maldito y a la vez salvador trozo de tela nos confunde, incapaces de reconocer al más reconocible. Nos ahorraron malos olores y tener que saludar al vecino que nunca quieres encontrarte. El camuflaje molaba hasta que llevabas cinco horas andando a 32 grados bajo el lorenzo.


En la farmacia de mi barrio vi algo que me reconcilió con la vida. Hacía tiempo que no veía un acto de transparencia y honestidad como ese. Las farmacéuticas llevaban en la parte izquierda de sus uniformes una chapa redonda con una foto de sus caras sonrientes, como diciendo: no me imagines, así soy yo sin mascarilla, tal cual.


Quizá después de tanto tiempo escondidos, lo único que necesitemos sea salir sonriendo al exterior, respirar y pensar, con derecho a hacerlo, que la normalidad está muy cerca. Y eso es gracias a nuestra sanidad pública, que no sobra recordarlo de vez en cuando. Eso sí, de momento, habrá que seguir siendo responsables y evitando ser como Los Típicos.


 
 
 

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