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El disfraz del superviviente

Writer's picture: Alberto Fuentes LópezAlberto Fuentes López

Nos queda fingir a diario y con quien lo merezca. Decidir quién se supone que debemos ser.


*Bear Grylls, protagonista de El Último Superviviente, de banquete clandestino.


Están pasando cosas insólitas y por eso escribo. Suena el rugir manso de la lluvia en Málaga y el crujido de la madera que arde en mi chimenea digital, sí, digital. Porque tengo puesto en la tele un vídeo de Youtube de ocho horas de duración de un plano estático que enfoca a una candela. Ha tenido que pasar todo esto: que diluvie en la ciudad donde puedes ir a la playa en noviembre, que no sea día laboral y que me haya convertido en ese tipo de persona que se pone de fondo una chimenea falsa para no sé muy bien qué, pero parece bohemio.


No sentaré cátedra, acudo al teclado por desahogo. Por impulsos químicos poco explicables. Lo sabemos, pero nos cuesta reconocerlo porque simplemente está mal visto o porque todavía no se ha reivindicado lo suficiente: ser sincero está sobrevalorado. Nos queda fingir, fingir y fingir a diario y con quien lo merezca. Decidir qué disfraz elegimos para ser quien se supone que debemos ser.


Sonará el despertador y lo pospondrás. Te levantarás con parsimonia o sobresalto, depende de cuántas veces hayas silenciado la alarma. Incluso te vestirás de lo que más o menos debes aparentar y no de lo que te gustaría y entonces irás al armario y te pondrás el disfraz de "pues habrá que aguantar", a pesar de que desees estrenar el mono de "hoy no aguanto a nadie y menos a ti".


Irás al trabajo, que en este supuesto es un lugar que desde fuera parece idílico, pero que tiene esa capacidad de ser una trituradora de ilusiones en sus peores días. Habrá gente con la que sí, gente con la que no y gente que alcanza la indiferencia. Y te sentarás y socializarás y pondrás buena cara y teclearás bien fuerte, te pondrás los cascos como si estuvieras escuchando algo para en realidad no tener que escuchar nada. A continuación, pensarás "qué hago aquí todavía", pero te volverás a decir "y dónde vas a ir, tal y como está el percal".


Acabará la jornada y harás lo que llevas deseando hacer desde que te sentaste en la oficina: llegar a casa, anclarte en el sillón reclinable, apretar los ojos, respirar hondo e intentar que tu mente no esté pensando en que mañana tienes pendiente eso que no te ha dado tiempo a hacer porque la vida, al igual que también te quita, pues no te da.


Fingir, fingir, fingir y esperar. Es la mejor de las tácticas, parecer bobo hasta que merezca la pena demostrar que se es lo contrario. Fingimos que estamos bien, que no pasa nada, que por supuesto que puedo, que claro, cómo no, para eso estamos. La precariedad no es solo no tener trabajo o tenerlo mal pagado, es también tener el deseado, pero empacharte de él. Como tener una caja de donuts delante, pero obligarte a metértelos todos a la vez en la boca.


Es el consejo que más se escucha: aguantar, que ya llegará nuestro momento. "Poner las cosas en su lugar". Parémonos a pensar la clase de momento que va a ser cuando se presente, que tiemble hasta Vladimir Putin.

Un día, en segundo de carrera, fui a clase con unas gafas de pasta falsas. Como la chimenea, la misma función inútil. Debo de ser el único ser en la faz de la Tierra que no necesita gafas y quiso tenerlas para parecer intelectual, hipster, interesante o diferente por un día. De mis peores disfraces fue aquel, sobre todo cuando se me empañaban y parecía un personaje de una novela de Elvira Lindo. Ahora los disfraces son los de aguantar a los mandamases, la gente de la superioridad moral, los que ningunean, los que te chupan la sangre. Tragarse la rabia y dedicarles una mirada tranquila. "¡Aguanta, aguanta!".


Es el consejo que más se escucha: aguantar, que ya llegará nuestro momento. "Poner las cosas en su lugar". Parémonos a pensar la clase de momento que va a ser cuando se presente, que tiemble hasta Vladimir Putin. No nos reconocerán ni nos reconoceremos. Lo que guardamos dentro algún día estallará y se medirá en la escala Richter, como los terremotos.


Mientras tanto, fingimos para sobrevivir, como el antihéroe de El Último Superviviente, Bear Grylls, que se ganó todos mis respetos en la adolescencia por enseñarme cómo salir adelante en un desierto alimentándose de su propio camello y durmiendo dentro de su barriga. Hasta que me enteré de que comía bocadillos detrás de las cámaras. Claro, ¿cómo no lo había pensado? A Grylls y compañía los tomé demasiado en serio y me la colaron, por eso ahora en la vida voy un poco desconfiando, con un emoticono de sospecha como careta.


En la serie Dahmer, la del asesino en serie que fotografiaba, violaba, descuartizaba y almacenaba, su vecina le dijo al padre de una de las víctimas: "A lo mejor lo que debemos hacer es seguir fingiendo que somos fuertes. Quizá algún día se nos olvide que fingimos". Aguanta, aguanta, y quizá algún día.

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