A los 92 años, mi abuelita se fue en paz con un adiós deseable: cerrando los ojos hasta dormir para siempre
Las despedidas no se enseñan en las escuelas. Para todo hay una primera vez, hasta para morir. A los 92 años, mi abuelita se fue en paz y descanso, sin sufrimiento ni impotencia, con un adiós deseable: cerrando lo ojos hasta dormir para siempre. El destino puso fin a la caída libre a la que se había enfrentado desde hace meses, muy progresiva, a veces acelerada y otras con paradas para detener el tiempo, coger aire y seguir. De caídas y recaídas, simulacros de rendirse. Tuvo que ser en tiempos de feria, precisamente una montaña rusa esta vida, qué gran verdad.
Fue mucho antes cuando empecé a sentir que se iba. Todo está en los ojos, y creanme, es así; la mirada perdida es la respuesta más contundente que existe. Es ahí cuando aceptas que probablemente no hay vuelta atrás.
Para ella sé que fue una sensación de alivio. Cómo de caprichoso su final: tanto se quejó en vida, porque era de quejarse y mucho, tanto repitió eso de "me voy a morir, quiero morirme", que se fue sin rechistar, en calma. Duraste 92 años y casi nos entierras a todos. Poca broma. El pescaíto que compraba en el Mercado de Huelin seguro que tiene mucho que ver. Una resistencia como de abuela inmortal, llegué a plantearme alguna vez. Pero su mirada empezó a hablar y dijo hasta aquí, prepárate, preparaos. "The eyes, they never lie". Nunca mienten.
Hasta el último de sus días, sumida en la más triste rutina, fue fiel a su Karlos Arguiñano, siempre presente en su cocina con chistes malos que le sacaban un espontáneo "la madre que lo parió, que guasón es"; y a Jorge Fernández y su ruleta de la suerte. Espectadora activa, comentarista de recetas e hincha de los concursantes que se llevan más de 3.000 euros o ganan el panel del bote. Porque si ganaban menos era "leche y habas" y si se iban con los 100 euros de consolación, sufría como si ese concursante fuera familia. Qué peligro si hubiera entendido qué es hacer un Bizum...
Enmamía
Antonia no veía la tele, veía "er televisó"; llamaba a sus nietos con esa gracia que tienen las andaluzas, malagueñas y más concretamente las personas nacidas en Teba, con su acento y manía de alargar las últimas sílabas, tal que así: enmamía (evolución fonética de alma mía).
Antonia era muy cumplida, atenta a su manera, tenía carácter y no paraba de hablar cuando era pequeño. Era una abuelita parlante, de esas que se preocupan por lo mínimo y exageran lo máximo. "Ten cuidadito con la playa que te vayas a ahogar" o "que susto, no me gusta que te vayas con la bici, vayas a tener un accidente". En los últimos meses ya no hablaba apenas. Qué triste que hasta se nos acaban las palabras.
No sé cómo explicarlo, pero siempre me quedará la imagen grabada de la última vez que interactúe con ella en vida. Agarró la manita de su bisnieto Noel, hijo de mi primo, que lo bautizó así por Papá Noel, porque nació en Navidad y porque fue un regalo para todos.
Ella agarró su mano, aunque no tenía fuerzas para decirle nada, pero le miró y sonrió como pudo. Y Noel preguntó cómo estaba la abuelita, y le dije que bueno, que regular. Me pilló a contrapié. Yo la agarré también de la mano y ahí estábamos, su nieto de 24, su bisnieto de tres añitos, pegados a ella en la cama en un momento tan icónico que supe que podía y tenía que ser esa la última vez.
Dos semanas después de aquello se ha ido sin sufrir. Sus dos hijas, mi madre y mi tía, la cuidaron hasta el final. Con la pandemia de por medio, con sus taras y no precisamente el mejor estado físico para cuidar de alguien que dejó de andar, dejó de poder ir al baño y dejó de mirar al futuro. Por todo ello, orgulloso de lo bien que estuvo rodeada.
Es muy triste ver la evolución de las personas mayores que comienzan su camino hacia otro lugar. Pero es bonito saber que le dio tiempo a casi todo, hasta a verme en la tele, después de su Arguiñano y su ruleta, para después decirme al llegar a casa: "ha estado mu' bien y mu' bonita la camisa que llevabas hoy". Qué rabia que no hayas aguantado unos añitos más, porque estaba pensando ir como participante a por el bote, oé. Porque como presentador, complicado. Ya sé que Jorge no se toca.
Te apreté fuerte la mano por si respondías. No sabía qué era la muerte hasta que la encontré de sopetón, de forma esperada pero inesperada, mientras los fuegos festejaban el inicio de la Feria 2022. ¿Y si aquellos kilos y kilos de pólvora fueron la antesala de la celebración de la vida? Nos quedamos con lo bueno. Yo también querría despedirme así, rodeado de los míos, en verano, en Málaga y cerrando los ojos. Yo también querría morir por ley de vida. Allá donde estés, un beso y hasta siempre.
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