top of page

Humor propio

  • Writer: Alberto Fuentes López
    Alberto Fuentes López
  • Jul 15, 2021
  • 4 min read

Lo mejor de ir convirtiéndonos en lo que detestábamos es saber reconocerlo y reírnos, meternos con nosotros mismos, para así tener vía libre para hacerlo con los demás.



Para ser feliz hay que haber sido infeliz. En realidad es una pregunta. ¿Para ser feliz hay que haber sido infeliz? Lo que no necesita interrogación es que para reírse de alguien uno tiene que haberse reído antes de sí mismo. Eso te otorga un pase VIP para dejar de tomarte la vida demasiado en serio. Porque a veces, sí, nos la tomamos demasiado en serio. Hay tres cosas que no me pueden faltar: el humor, el deporte y mi gente (no estrictamente en ese orden).


He estado a punto de poner otras tres cosas como un Yatekomo en la despensa, un balón (los acepto redondos y ovalados) y un libro de recopilación de columnas o reportajes. Pero eso sería hacerme el gracioso, el panenkita y el cultureta, así que mejor decir humor. Dicen que es una terapia que alivia hasta el dolor. Me lo creo y a la vez no mucho. Hace unos cuantos años, cuando me fracturé el brazo en mitad de un partidillo de fútbol en el recreo a la vista de todos, y me operaron y escayolaron durante tres meses, pasó algo que nunca olvidaré.


En mis primeros días de reposo en casa, amargado, triste y dolorido, pasaron por mi casa tropecientos niños y niñas en varias tandas que venían a visitarme. Algunos todavía amigos míos, otros que ahora casi ni saludaría. Uno de los grupitos vino con una pancarta para darme ánimos que decía: "Como te has partido el cúbito y el radio, no hemos encontrado lo primero, pero te hemos conseguido un radio nuevo". Debajo de esas letras habían pegado una radio del coche. Hijos de puta. Me reí, cómo no. Estaba tremendamente currado el chiste en cuanto a juego de palabras y material empleado. Pero al reírme, el brazo me dolía más, me daba punzadas. Me decía, a su manera, que ni puta gracia, que vaya tres mesecitos nos esperan. Así que retiro lo de que el humor alivia el dolor, porque es totalmente falso.


Lo mejor y lo peor de reírse de nuestro reflejo es que se da pie a que otras hienas, de esas con la risita odiosa de la película El Rey León, también se rían. Aunque si algo mola de vivir es hacerlo con la ironía de querernos a la vez que odiarnos de vez en cuando. Me río de lo torpe que soy, me descojono de lo impaciente que puedo llegar a ser y me digo qué cabroncete eres por lo impuntual que suelo ser. Y todo para poder llamar torpe, impaciente e impuntual al colega de turno.


Necesitamos esa justificación constante para vivir en tranquilidad. Muchas veces nos comemos nuestros propios valores con la facilidad con que me como un trozo de tarta de queso. Criticamos el concepto del programa Sálvame diciendo que qué nos importará lo que ocurra en Cantora, pero bien que nos interesa cotillear por las redes sociales o en grupo la vida de Fulanita o Menganito, los ex de este o aquella.


Todos fuimos alguna vez esa radio del coche pegada a una cartulina, abanderados del chiste arriesgado, ejerciendo de funambulistas entre lo gracioso y lo que no hace ni pizca de gracia. Por eso ser humorista es como ser obrero, una profesión de riesgo

La escritora Rosa Montero decía que el humor nos cura de la estupidez y de la propia importancia, o sea, funciona como una vacuna contra la extremada sobrevaloración de las cosas que vivimos. En ocasiones todo parece a vida o muerte. La pandemia ha hecho mucho daño, ha ayudado a contaminar ese pensamiento tóxico y negativo. Vivir consiste en reírnos y saber cuando parar, porque cuando el bufón no aporta nada, deja de ser contratado para la próxima fiesta.


Preguntas a cualquier persona qué cualidad le atrae más y un alto porcentaje te asegura que el sentido del humor. Es un estudio de no demasiada fiabilidad científica que he realizado a ojo, con mi corta experiencia y viendo cuatro ratos el programa de citas a ciegas First Dates, ese al que van gentes normales y gentes que jamás hubiéramos imaginado que existen. Se hizo viral un vídeo en Twitter que mostraba un momentazo épico en una de las citas. Chico le dice a chica "qué bonito tu cabello, me gusta mucho", a lo que ella responde que muchas gracias. Luego se descubre la magia: era una peluca. Desconozco si su cabeza afeitada tiene que ver con alguna enfermedad, espero y deseo que no, e incluso me siento hasta mal de haber asociado una cosa con la otra. Pero eso qué importa. Fue un puntazo y tuvo cientos de miles de interacciones en la red.

Lo mejor de ir convirtiéndonos en lo que detestábamos es saber reconocerlo y reírnos, meternos con nosotros mismos, para así tener vía libre para hacerlo con los demás. Es un truco bastante factible. Ojalá 'aceptar' fuera un verbo igual de sencillo que cuando lo pulsamos para los términos y condiciones de no sé qué o en las cookies de una web. La seriedad termina siendo un pecado cuando la usamos más que la risa.


Pasa que a veces supero la línea que separa lo gracioso de lo irrespetuoso. Pasa que, de vez en cuando, ponerle una risa a todo es ser demasiado frívolo. Un poco Joker. Todos fuimos alguna vez esa radio del coche pegada a una cartulina, abanderados del chiste arriesgado, ejerciendo de funambulistas entre lo gracioso y lo que no hace ni pizca de gracia. Por eso ser humorista es como ser obrero, una profesión de riesgo. Con la diferencia de que los que actúan no llevan casco ni botas con punta de hierro, sino un falso escudo imaginario que se rompe si se tocan temas que a gente anónima de piel fina no está dispuesta a aguantar. ¿Os acordáis de Dani Mateo y lo de limpiarse los mocos con la bandera de España?


Cada día que pasa me convenzo de una cosa: tomarse las cosas demasiado en serio es tener ganas de no disfrutar. Y para vivir entre amargados y amargadas, mejor salir corriendo a lo Forrest Gump, pero riéndonos, mientras no tememos a tropezar con nuestras prótesis en un torpe pero extrovertido recorrido hacia el meme propio o ajeno. Porque sí, todos somos el meme de alguien.







 
 
 

Comments


¡Muchas gracias!

© 2023 by Design for Life

bottom of page