Rotunda(mente)
- Alberto Fuentes López
- Jul 29, 2021
- 4 min read
Dos letras con forma de precipicio al que te asomas pensando en la mortalidad de la caída, pero consciente de lo fabuloso de las vistas. Puede llamarse la paradoja del Gran Cañón, que en realidad es: decir que no.

*La tenista Naomi Osaka y la gimnasta Simone Biles, dos iconos que han normalizado los problemas de salud mental a veces inevitables en el deporte de élite
El fracaso, dijo una vez el cineasta Woody Allen, consiste en tratar de complacer a todo el mundo. En días de Juegos Olímpicos ha sido noticia la decisión de Simone Biles de renunciar a participar en la pelea por varias medallas porque necesitaba alejarse, porque así se lo pedía su mente. La presión y las toneladas de expectativas puestas en una chica de 24 años, presa de su propio éxito (cinco medallas olímpicas y cinco veces campeona del mundo), cayeron a plomo en su salud mental. Y decidió parar.
Entonces vino el terremoto mediático, las opiniones de mentes prehistóricas y la falta de empatía. Que si una deportista de élite está obligada a aguantar la presión, que si gana muchos millones o vaya, qué decepción, se esperaba más de la mejor gimnasta de la historia. Naomi Osaka, tenista japonesa que bien conoce la gloria, decidió hace unas semanas abandonar el prestigioso torneo Roland Garros después de la reacción mundial a su negativa a dar ruedas de prensa, situación en la que se siente incómoda.
Hubo críticas del estilo del titular "Naomi Osaka da la espantada y abandona Roland Garros. La deportista mejor pagada del planeta se ha sentido señalada por su renuncia a hablar con los medios durante la presente edición de Roland Garros", lanzamiento de culpa que firma, sin contemplaciones, el diario Marca. Siempre pasa en estos temas tabú porque la salud mental no termina de tomarse en serio. Todavía.
Naomi y Simone pasaron una frontera que todos debemos pasar alguna vez, muchas incluso, pero pocas veces cruzamos. Decir que no. Dos letras con forma de precipicio al que te asomas pensando en la mortalidad de la caída, pero consciente de lo fabuloso de las vistas. Da vértigo. Puede llamarse la paradoja del Gran Cañón, que en realidad es: decir que no. Y todo lo que conlleva.
No nos enseñan en las escuelas a decir que no. Quizá tampoco nos venga de serie decir que no, porque desde la infancia el no lo recibimos, no lo damos. No hagas esto, no cojas esto otro, eso no se hace, prohibido jugar a la pelota, no tocar, no molestar, no, no y no. Luego, a la hora de colocar esos carteles, cuesta. Somos durante años seres adiestrados por César Millán, entendiendo a la perfección qué es lo que no hay que hacer, pero sin aprender del todo bien a renunciar.
Lo que el mundo espera que hagamos es, muchas veces, justo lo que no queremos hacer nosotros. Parafraseando a la escritora Leila Guerriero, decir sí es mejor, porque el sí forma personas dóciles. Pero renunciar, rechazar, no tener, no necesitar, es la forma de ser fuertes.
Hay personas que ese paso lo dan tarde y por el camino se comen experiencias no deseadas. De pequeño, si dejabas los ejercicios del cole a quien te pedía el favor de copiarlos, terminaba por convertirse en rutina. Decir que sí es, en exceso, comprar boletos para que te tomen por gilipollas. El día que dije "no lo acepto" me sentí gigante, tranquilo y abanderado de la justicia. El no es placentero y encima adelgaza: son unos cuantos kilos que quita de encima.
Le escuché una vez al cómico Berto Romero decir que el éxito en la vida es poder decir que no. El culmen de la felicidad es, en este caso, rechazar todo aquello que en su día no pudo dejar escapar, a pesar de que no llenara lo suficiente. Un trabajo de mierda al que vas porque no hay otra, gente a la que aguantar por inercia y pereza a cortar las malas hierbas. Cosas que habitan detrás de esa frontera que han cruzado las deportistas Osaka y Biles.
A lo mejor no sabíamos que rechazar es un placer. Decir que no es libertad. Para llegar a ese placer, sin embargo, es necesario casi siempre haber pasado antes por la etapa del "mejor esto que nada", "lo hago porque es lo que toca" o "ya vendrán mejores". Una suerte de largo asfalto, de esos con baches y sin sombra, rutinarios, sin curvas y coches cada cierta decena de minutos. Un auténtico coñazo, sea sonriendo o no.
"Debemos proteger nuestro cuerpo y nuestras mentes y no solo hacer lo que el mundo espera que hagamos". Simone Biles lo sintió así y es imposible expresarlo mejor. Lo que el mundo espera que hagamos es, muchas veces, justo lo que no queremos hacer nosotros. Parafraseando a la escritora Leila Guerriero, decir sí es mejor, porque el sí forma personas dóciles. Pero renunciar, rechazar, no tener, no necesitar, es la forma de ser fuertes. De ser libres. "La única forma del sí que yo conozco -la que prefiero- es por qué no".
¿Por qué no? Mejor vivir rotundamente.
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