Suculenta
- Alberto Fuentes López
- Oct 4, 2021
- 3 min read
Decir es, a veces, jugársela. Por eso admiro al escritor de columnas, que siempre tiene algo que decir y lo hace con la disciplina del detective que está sin parecer estar.

*Escena de la serie Ozark
He matado. Soy culpable. Se ahogó de tanta agua, pero fue sin querer. Existe y maldigo esa manía de estar haciendo mal algo que en tu mente es, sin fisuras, la mejor de las opciones posibles. Maté a una suculenta, familia de los cactus, por pasarme en el riego. Iban a ser cuatro gotas y la cosa acabó en diluvio universal.
Uno viene de semanas intensas. Cuidado con lo que sueñas porque luego suena el despertador y te das cuenta de que por supuestísimo que la imaginación es eso, ciencia ficción. Hablando de despertares, hay todo un catálogo. Un lunes me desperté habiendo soñado que me enviaban a cubrir la erupción volcánica de La Palma con 1.000 euros de adelanto, y el domingo me despertó la siguiente banda sonora entrando por mi ventana, sin piedad: "Melones piel de sapo a tres euros, señora. ¡Qué melones más ricos, qué melones más gordos, señora!". Se pudo decir más elegante, pero no se pudo decir más alto. Lo juro. Peor que hacer es decir. Decir es, a veces, jugársela. Por eso admiro al escritor de columnas, que siempre tiene algo que decir y lo hace con la disciplina del detective que está sin parecer estar. Ver, oír y callar son tres verbos difíciles de encadenar.
En una serie de Netflix que empecé, Ozark, pasa que el protagonista habla con su mujer en la cocina, de madrugada, y los interrumpe su hija, que llega de la calle visiblemente colocada. La madre comenta: "¿En serio ahora fuma hierba?", a lo que responde el padre con una sentencia que me marcó: "No me importa que fume hierba, sino lo que pueda decir cuando fume". Por contextualizar, se trata de una familia obligada a blanquear el dinero de un cártel de la droga mexicano. Por lo que tienen la obligación de callar, se consuma marihuana o se alargue una sobremesa.
El peso de las palabras es incalculable, no hay báscula que lo averigüe. Y mientras tanto, aquí que estamos de paso, apostamos por hablar sin saber suficiente y luego, ocurre. Las suculentas mueren cuando las riegan sin conocimiento.
Si fuera director de una revista semanal sobre mi vida, mi momento favorito sería decidir un titular para definir lo que ha deparado cada semana. El del número más reciente sería: "El estrés, la nueva normalidad". Titular es tan estimulante como complejo, y tan adictivo que a veces quiero hacerlo con cada cosa extraordinaria que pasa a mi alrededor. Pero siempre se olvida que para hacerlo hay que conocer esa historia: cuántas veces titulamos por impulso y sin cabeza. De repente, cotorras andantes, pedantes que se hacen el interesante, listillos con complejo de director de periódico.
Hay tantas cosas que quiero expresar y no sé cómo; hay otras tantas que expresé y no sé cómo pude. Seguro que es más sencillo ponerle un titular a todo, de esos cortitos y al pie. A lo mejor es más fácil vender melones un domingo, con ayuda de una furgoneta y un altavoz. Sin filtros. Decir es complicado, escribir quizá sea más fácil. WhatsApp, un ejemplo, ha hospedado muchas rupturas, porque hace tiempo que la gente se conoce y se despide por mensajes. No es qué decir sino el cómo. El peso de las palabras es incalculable, no hay báscula que lo averigüe. Y mientras tanto, aquí que estamos de paso, apostamos por hablar sin saber suficiente y luego, ocurre. Las suculentas mueren cuando las riegan sin conocimiento. No mueren. He matado.
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