Tiquismiquis
- Alberto Fuentes López
- Aug 26, 2021
- 3 min read
Existe una manía de querer a la inversa, de nunca estar contentos con nada. Menos mal que existe la suerte, las tarjetas regalo y los sorteos de Instagram.

A la vida hemos venido a veranear. Ya lo decían las columnas de David Gistau. En esto del veraneo, tanto disfrute da que tanto disfrute quita, se presenta septiembre y nos para los pies, nos cierra una puerta y nos abre otra. Más cerca del otoño que del verano, es el mes de las tres T: transición, tradición y traición. Transición hacia la rutina, tradición de maldecir y/o celebrar que ya se hayan ido los meses más calurosos y traición a nosotros mismos, los que decían en febrero "qué ganas de sol y playa" y en julio ya pensábamos en la mantita y el pijama de franela. En qué quedamos. Existe una manía de querer a la inversa, de enrocarse en la sensación de nunca dar con la tecla, querer lo que no se tiene pero se tendrá, no querer lo que se tiene y se dejará de tener.
La gente tiene derecho a no estar contenta con nada. Faltaría más. Vivir así, sin embargo, tiene que ser un suplicio. No estar conforme con lo que te rodea implica no estarlo con lo que refleja el espejo. No es muy complicado, también es verdad, mostrar amargura con lo que pasa en el mundo si lo miras a través de los 30 minutos de un telediario. Recordatorio en forma de posdata: lo malo siempre será más noticia que lo bueno porque, por suerte, lo malo seguirá siendo extraordinario.
He rechazado la tradición de mi padre y no compro lotería. Una vez me tocaron 2€ en La Primitiva que él me compró y, por supuesto, no los reinvertí, me los quedé. Más vale dos euros en mano que 100 imaginarios. He de reconocer que, ajeno al mundo de las bonolotos y los sorteos de la ONCE, luego soy el primero que participa en sorteos de Instagram y Twitter para conseguir una camiseta de fútbol retro o unas zapatillas Nike con solo retuitear, seguir y citar a amigos y desconocidos.
Con suerte o sin ella, nos venga o la encontremos buscándola, sea con gusto o desgana, un recordatorio: pasamos por aquí para veranear. Y ya sabemos lo corto (pero intenso) que es el verano.
La vida será como una caja de bombones, pero también como un sorteo de Instagram, nunca sabes quién va a aparecer por sorpresa... para utilizar tu nombre como boleto para una botella de Larios Rossé en un reservado kokunero.
Ya podría
Insisto, hay épocas donde nunca estamos del todo contentos con lo que vivimos. De dónde vendrá esa búsqueda a veces imbécil del perfeccionismo, esa exigencia de que todo lo bueno que pasa podría y debería ser todavía mejor. Para muestra, una anécdota.
Hace un año, paseando por la calle, miré al suelo y vi una tarjeta roja y blanca con el dibujo de un regalo y el logo de MediaMarkt. Efectivamente, era una tarjeta regalo de la tienda de electrónica MediaMarkt. Así que, mi voz interior dijo eso de "yo no soy tonto" y la cogí. Bingo. Tenía 320 euros para gastar. Por supuestísimo que me olvidé de la ética fugazmente. Entre otras cosas que compré, lo que hice fue mi primera inversión a medio plazo: una Wonderbox.
Se trata de pagar ciento y pico euros por un vale que te permite viajar a más de 300 destinos y que puedes canjear en un periodo de tres años. En cuanto lo compré y leí la letra pequeña, vinieron los condicionales. Pensé que ya podría ser canjeable para otros lugares algo mejores, que ya podría incluir el coste del transporte y no solo la estancia y los desayunos. De repente, el tieso se puso tiquismiquis.
Con suerte o sin ella, nos venga o la encontremos buscándola, sea con gusto o desgana, un recordatorio: pasamos por aquí para veranear. Y ya sabemos lo corto (pero intenso) que es el verano.
Una toalla para secarnos el mal humor; cremita para embadurnarse de paciencia cuando el sol de la incertidumbre sofoque, sombrilla para hacerle sombra a lo malo que pasa en el mundo y gafas graduadas no de sol, sino de cerca, para ver bien las letras pequeñas y así comprenderlas. Y así, disfrutarlas.
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